Mientras Europa se enfrenta a la realidad de otra decepcionante cosecha en Francia, la necesidad de un replanteamiento estratégico de la seguridad alimentaria es más urgente que nunca. Francia, uno de los mayores productores de cereales de la UE, ha anunciado una cosecha de trigo que se espera sea la más baja desde 1986, un 25% menos que la del año pasado. Las consecuencias no se limitan a las fronteras francesas; todo el continente sentirá el impacto, ya que el suministro de grano se estrecha y los precios suben inevitablemente.
Las lluvias persistentes desde el otoño pasado no solo han retrasado la siembra, sino que también han provocado un aumento de las enfermedades de los cultivos, perjudicando considerablemente su desarrollo. Como consecuencia, se calcula que la producción de cereales de Francia será 10 millones de toneladas inferior a la de 2023. Estas cifras subrayan la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios europeos al cambio climático y la necesidad de un marco de política agrícola sólido y resistente.
DAR PRIORIDAD A CUESTIONES ACUCIANTES
En medio de las importantes cuestiones que se plantean en torno a la seguridad alimentaria, la atención en Bruselas parece estar fuera de lugar. Las conversaciones en torno a la armonización de los sistemas de etiquetado en la parte frontal del envase (FOP), como Nutri-Score, por desgracia, desvían la atención de cuestiones mucho más apremiantes como la agricultura sostenible y el suministro de alimentos. Nutri-Score, un sistema de etiquetado por colores diseñado para orientar a los consumidores hacia opciones más saludables, ha desatado la polémica desde su introducción. El sistema simplifica en exceso la información nutricional e induce a error a los consumidores, sobre todo cuando se trata de alimentos tradicionales que forman parte integrante del patrimonio europeo.
El sistema ha sufrido varias iteraciones, cada una de las cuales ha intentado subsanar sus deficiencias, pero el problema fundamental persiste: induce a error y es un enfoque único en un continente rico en tradiciones culinarias diversas. En Francia, por ejemplo, donde se desarrolló por primera vez Nutri-Score, el sistema se ha enfrentado a reacciones negativas por penalizar alimentos como el queso y el aceite de oliva, alimentos básicos de la dieta mediterránea que se consideran saludables si se consumen con moderación. Jean-Michael LeCerf, reputado experto en nutrición, lamenta que Nutri-Score no tenga en cuenta el «efecto matriz», que consiste en que los nutrientes tienen efectos diferentes según el alimento que los contenga.
Europa se encuentra en una encrucijada en la que el futuro de sus sistemas alimentarios está condicionado tanto por los retos medioambientales como por el cambio de preferencias de los consumidores. Más que en el etiquetado FOP, la atención debería centrarse en promover prácticas agrícolas sostenibles y preservar los alimentos tradicionales que han nutrido a generaciones.
MIRAR HACIA EL FUTURO Y HACERSE LAS PREGUNTAS ADECUADAS
Los recientes acontecimientos en el sector de la carne cultivada en laboratorio complican aún más el panorama. Una empresa francesa solicitó recientemente autorización para vender en la UE un producto de foie gras cultivado en laboratorio, lo que ha desatado un acalorado debate sobre el papel de las carnes cultivadas en el futuro alimentario de Europa. Sus defensores sostienen que la carne cultivada en laboratorio podría ser una alternativa más sostenible a la ganadería tradicional, que contribuye en gran medida a las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, sus detractores, entre ellos la European Livestock Voice, cuestionan los beneficios medioambientales de la carne cultivada en laboratorio, señalando que el proceso de producción consume mucha energía y podría tener una huella de carbono mayor que los métodos convencionales.
El auge de la carne cultivada en laboratorio también plantea interrogantes sobre la soberanía alimentaria y la conservación del patrimonio culinario. Los alimentos tradicionales, como el foie gras, no sólo tienen que ver con la nutrición, sino que están profundamente arraigados en prácticas culturales e identidades regionales. Mientras Europa navega por las complejidades de la producción alimentaria en el siglo XXI, debe encontrar un equilibrio entre innovación y tradición.
Además, el debate sobre la seguridad alimentaria no puede ignorar las presiones económicas a las que se enfrentan los consumidores europeos. La inflación alimentaria ha sido un problema importante en todo el continente, agravando los retos planteados por las malas cosechas y las interrupciones de la cadena de suministro. En Hungría, por ejemplo, los precios de los alimentos casi se han duplicado desde 2020, obligando a los consumidores a tomar decisiones difíciles entre calidad y asequibilidad. Esta tensión económica ha provocado un creciente escepticismo sobre iniciativas como Nutri-Score, que no hacen lo que se proponen y no reflejan adecuadamente las realidades de los consumidores cotidianos que ya están luchando por llegar a fin de mes.
UN ENFOQUE HOLÍSTICO
La Unión Europea debe adoptar un enfoque holístico de la política alimentaria, que dé prioridad a la resiliencia y la sostenibilidad, respetando al mismo tiempo la diversidad cultural. Esto significa dejar de lado sistemas de etiquetado engañosos y confusos como Nutri-Score, pero también invertir en investigación agrícola, apoyar a los pequeños agricultores y promover alimentos tradicionales que sean nutritivos y sostenibles. También significa abordar las causas profundas de la inseguridad alimentaria, desde el cambio climático hasta la desigualdad económica, a través de medidas políticas integrales que garanticen que todos los europeos tengan acceso a alimentos sanos y asequibles.
En definitiva, de cara al futuro, está claro que Europa se enfrenta a importantes retos para asegurar su futuro alimentario. La reciente mala cosecha en Francia es un duro recordatorio de la vulnerabilidad de nuestros sistemas alimentarios. Pero también es una oportunidad para replantearnos nuestro enfoque y construir un sistema alimentario más resistente y equitativo para todos. La atención debe desplazarse de las soluciones superficiales a los cambios sistémicos más profundos que garanticen que Europa pueda alimentarse a sí misma en los próximos años.